La compañía canadiense propone en Sép7imo Día: No descansaré un espectáculo que apela al vuelo, que interactúa entre varias pantallas y que abre el sentido de las canciones de Soda Stereo, en una gran ebullición creativa y contemporánea.
por Paola Galano
@paolagalano
Sirenas, empáticos hombrecitos acróbatas, mujeres aladas, superhombres, duendes que se meten en un cuadro, mujercitas elásticas, un payaso torpe captado por una cámara… Más la recreación de las canciones de Soda Stereo, verdadera banda de sonido de la juventud de quienes hoy orillan los cuarenta largos. Más el permanente juego e interacción entre pantallas simultáneas. Más el despliegue de colores en una plasticidad abstracta y absoluta. Más la dimensión cósmica con planetas, ovnis, estrellas, lunas y ambientes de noches infinitas incluidos. Más la memoria emotiva de quien ve con ojos maravillados cómo una música tan bella puede embellecerse aún más.
Más. Más. Y más. Siempre hay una capa más al momento de intentar contar un espectáculo del Cirque du Soleil. Aludir a un solo concepto sería empobrecerlo; más bien parecen no alcanzar las palabras para describir semejante ebullición creativa. Y vienen bocanadas de palabras y se entiende eso de que “no hay un modo” -parafraseando a Cerati en “Signos”- para entrar en “Sép7imo Día: No descansaré”. Hay tantos modos como ojos, como almas sensibles, como espíritus libres.
Y es la libertad la que sale a escena, en este caso a la cancha del Polideportivo Islas Malvinas, lugar elegido para llevar adelante las funciones del Cirque du Soleil en Mar del Plata en su primera incursión de la compañía canadiense en esta plaza.
La libertad que ejerce la música, no hay dudas. La libertad abre el show -no importa que en este terreno sea una herramienta de la ficción, aludir a ella tranquiliza siempre-. Un chico enjaulado y contrariado busca salir de su armadura: ponga el lector o la lectora lo que entienda por armadura. Unos auriculares le alcanzan para volar, literalmente.
La referencia al vuelo no será menor durante el show. No solo porque los artistas del circo desafían la gravedad de todas las maneras posibles. También el alto nivel metafórico de las letras de Soda Stereo es un invitación ideal para habilitar ese vuelo.
Así se va construyendo este “Sép7imo Día”, que tiene momentos celebratorios, festivos, alegres y divertidos, pero también de los otros. Segmentos sutiles, exquisitos, íntimos e introspectivos son parte de la propuesta, tal el caso de “Un millón de años luz”. En este acto, la artista Vira Syvorotkina realiza una extraordinaria animación con arena. O el fantástico “Te para tres”, recreada con guitarra acústica y coreada por todo el estadio, como si de un gran fogón se tratara.
“Hombre al agua” sumerge al público en el universo acuático. El artista especialista en apnea Derek Broussard y la bailarina Yukako Kobayashi representan la figura del músico enamorado de su sirena, de su musa, en el interior de una pileta.
“Signos” apunta al despliegue corporal y al misterio. Los acróbatas Illia Chicovani Drebot y Oleksandr Lytvyshchenko tensan la noche en la cuna rusa, realizada en una rueda de cinco metros, acaso el momento circense más increíble de la noche.
El payaso marplatense Toto Castiñeiras le imprime humor a “Sobredosis de TV”, con sus frustrados intentos por detener una cámara que parece espiarlo, que burla su confianza y que nunca deja de jugar con el artista.
Cada una de las veintiún canciones de Soda elegidas para este “Sép7timo Día” alcanza un despliegue visual coherente a su letra, a su estética en la discografía de la banda y a su propia psicodelia. No quedan afuera los guiños del universo Soda: los atuendos, los cortes punks, los pogos, ni siquiera la famosa frase de Gustavo Cerati: “Gracias totales”, oración-mantra de este notable y contemporáneo show.